A Lázaro también llegué a través de Marta. Le conté por encima la idea y me pidió que fuera a conocerlo. Hay tipos que necesitan hacer las cosas cara a cara. Me acerqué una tarde a un recinto del centro de Madrid donde pintaba. Estaba metido en faena y un admirador no paraba de darle coba, fascinado. Que si él también pintaba, que si la técnica tal o cual. Yo esperé paciente, hasta que se giró y reparó en mí.
—¿Lázaro? Soy Johan.
Me saludó afectuosamente y me agradeció la visita. Vestía de negro riguroso, a pesar del calor. El admirador parecía escudriñarme a mí también, como si fuera otro artista gurú que fuera a iluminarle.
—¿También pintas? —me inquirió.
—¿Yo? No, qué va. Ya me gustaría.
Me pareció que el admirador se sintió decepcionado con mi respuesta y, tal vez, con mi presencia. Después de oírnos conversar un rato, se dio a la fuga. Supongo que no vio por dónde meter baza.
Lázaro es la clase de tipo que me gusta conocer, porque tiene labia. Yo soy más de dejar silencios incómodos, así que agradezco que mi interlocutor lleve la iniciativa. Me explicó lo que estaba haciendo, lo que representaba, y me convertí en el admirador que se había ido hacía un rato. Tiene un propósito, algo que expresar y lo hace bien. Se afana en explicar su arte, en llevarte más allá. A mí ya me valía con los bocetos, soy mucho más prosaico. No sé. A veces me piden que explique un poema y contesto que eso es matarlo; pero hay quien hace de explicar el arte un arte en sí mismo.
Hablamos de precios, claro, pero eso no fue un problema. Me contó cómo había levantado su imperio a base de no rendirse y no pude evitar sentirme un cobarde. Le conté mi fútil y siniestro paso por el grafiti, y que, bueno, me dediqué a escribir por seguir haciendo algo. Hablamos un buen rato y nos estrechamos la mano.
Al poco tiempo, tenía las tres portadas de las tres secciones del libro —versos, rimas y cartas—, además de una maravillosa Medusa para ilustrar uno de mis poemas. Eran sensacionales, e iban a estar en mi libro.
Después supe que pasó meses en el hospital, cuidando de su madre, hasta que se le apagó. Lo cuento abiertamente porque no lo guarda en secreto. En ese tiempo me mandó varias rectificaciones que le pedí y me pedía perdón por tardar, con una sonrisa. Me escribía correos desde el puto hospital. Podría haberme mandado a la mierda y lo hubiera entendido perfectamente, pero él no es yo. Es mejor. Te invito a conocerlo más: http://lazarototem.com
Entramos en la recta final y el objetivo se complica. No dejes que estos versos se conviertan en piedra para siempre. ¡Quedan pocos días!
http://vkm.is/poesiaabaratada