Está hecho. Las mezclas de mi nuevo disco ya están viajando por el ciberespacio hasta Sevilla, donde Luisoko se encargará de la masterización. De momento, van diecinueve temas de los veintimuchos que había, y supongo que alguno de ellos no hará el viaje de vuelta. Otros, más deseados, se hicieron los remolones hasta perder el tren definitivamente. Quién sabe si para la próxima vez.

Ha sido —y sigue siendo, porque aún queda tela por cortar— un arduo proceso de años, con temas metamorfoseados hasta el extremo, de tal modo que muchos de ellos pudieron ser otra cosa muy diferente unos meses atrás. Rotos y descosidos. Ahora siento la necesidad de publicarlo tan sólo para sentirme vacuo y borrar el disco duro. Para empezar de cero, o no empezar nunca más. Se ha convertido en un peso que necesito soltar en lugar de un globo de ilusión que espera ansioso a que alguien suelte su cuerda.

Si echo la vista atrás, son cinco los años de silencio, a salvedad del proyecto DEAD y de los sencillos de «Interactive trips». Algunos ya estaban escritos por entonces, preparados para un segundo asalto de Luisoko & Johan que nunca se llegó a dar. Todos tuvieron que transformarse o morir. De hecho, hay pocos temas recientes. Es una de las razones de soltar lastre: era incapaz de crear cosas nuevas con tanto trabajo pendiente. La búsqueda de ritmos ha sido extenuante. Decidí dejar de crear música propia para no volverme loco, y, bueno… al final me vuelvo loco igualmente; no tengo remedio.

El caso es que, al ver que aquello no salía, opté por trabajar en solitario con esas canciones huérfanas. La idea primigenia dista mucho de la realidad. Se iba a llamar «Perro viejo, perro verde», e iba a constar de dos partes diferenciadas. «Perro viejo» incluiría nuevas versiones de canciones antiguas y «Perro verde» contendría las canciones nuevas. Se me ocurrió hacer un proyecto abierto, compartiendo todas las pistas de las canciones. Tengo varios amigos músicos, y me pareció buena idea crear un proyecto en el que todos pudieran participar. No salió. La idea fue muy bien recibida, pero, por h o por b, no cuajó. Segundo fracaso. Las canciones volvieron a su cajón.

Un día, casi por accidente, los volví a escuchar: tenía que salvar algunos muebles. Y de ahí en más, como dicen en la Argentina, aquello se convirtió en una búsqueda obsesivo-compulsiva de ritmos y pruebas, grabaciones, descartes, rectificaciones, listas, cambios y escritura. Un proceso que es infinito, y que lo seguiría siendo si no hubiera decidido asestar un buen hachazo a ese prepotente ocho tumbado. Se acabó. No más vueltas. Al menos para esto, que, por cierto —casi lo olvido—, se llamará «Misantropías».