Este libro iba a ser un poemario al uso. Mi ombligo en verso, ya saben. Un fichero ePub en la red, como mucho una tirada pequeña autoeditada, y a correr. Quería escribir al papel por una vez sin la excusa de un ritmo. Había dado con el título: «Poesía abaratada». Jugando con estar atado a un bar y con el precio de mis poemas, que son más bien de garrafón. Andaba ya terminándolo —o eso creía—, dándole vueltas, y una noche soñé la portada: un libro pidiendo vasos de tinta en un bar. La vi tan nítida como el agua de un mal domingo. Recuerdo despertar sobresaltado: tenía que hacerla realidad.
Al poco, ofrecimos un concierto en un garito de Móstoles y —bastante borracho, he de admitir— le comenté mi sueño a Marta Jiménez, gran ilustradora que andaba entre el público. Al día siguiente la llamé, para decirle que iba en serio. Temía que lo hubiera tomado por una exaltación de la amistad o una locura de borrachera. Que también. Me dijo que sí, que lo haría encantada. Y cumplió, me envió un boceto unos días después y me fascinó. Le dije «joder, es perfecta, es justo lo que había pensado», y creí que ya estaba todo hecho. Pobre iluso. Unos días después, me invitó a unas latas de cerveza por el centro de Madrid. De marca innombrable, por cierto, pero sorprendentemente potables. Me dijo que debería ser el libro entero así, ilustrado. Le dije que me encantaría, claro. Ella podría convertir mis estupideces en arte. «Hostia, claro, adelante», le solté. Pero no se conformó con eso.

—Deberías escribirlo a mano.
Pensé que la cerveza rara le había sentado mal.
—¿A mano? ¿Estás loca? ¿Tú sabes lo que es eso? ¿Has visto mi letra? Quita, quita. No se entendería. Que no, joder, que no. ¿Escribir a mano todo el libro? ¿Encima de las ilustraciones? ¿Y si me equivoco? Las voy a estropear… Que no, que esto es para leer, como se ha hecho toda la vida…
Me habló de capturar la esencia del artista, de sinceridad, de arte verdadero y no sé cuántas cosas más que no entendí. Ella lo dejó en mis manos y, de camino a casa, fui haciéndome a la idea. Saboreando lo que me había dicho. Al llegar a casa resoplé. Tenía un libro que reescribir a pulso. Tres años después, tenía una obra de arte con mi nombre en la portada. Eso, y la promesa de no volver a hacerlo nunca más.
Aún podemos hacerlo realidad: https://www.verkami.com/projects/20730-poesia-abaratada